sábado, 9 de enero de 2010

Mi abuelo

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Imagen: serpientes y escaleras con Anthony Quinn
El papá de Virginia
Mi madre cuenta que la llevaba caminando sobre un gran puente cilíndrico, el ambiente era denso y gris, bajo ellos el agua corría ruidosa por el acueducto de la ciudad haciendo que se les humedecieran las ropas. Ella tenía cinco años y él la llevaba tomada de la mano a ver a su amante, una mujer que se dedicaba a hacer conjuros y limpias, esas cosas de brujería. En su oscuro departamento tenía desperdigadas todas las cartas del tarot, ilustraciones por demás raras y estatuillas como pequeños monumentos a su gran poder, además rondaban por el piso multitudes de gatos.

Mi madre a veces veía por accidente alguno de los sortilegios que la mujer desplegaba sobre mi abuelo, por eso él la entretenía dejándola en la sala con algún juego de mesa, se retiraba a la habitación contigua y le hacía el amor salvajemente a la bruja mientras que mi madre tiraba los dados de un serpientes y escaleras o intentaba consolar a los pobres gatos que hambrientos no dejaban de llorar.

Mi abuelo se robó la lata de aluminio donde mi madre tenía metidos todos sus ahorros, moneditas de cinco centavos que guardaba disciplinadamente en lugar de comprar golosinas. Al final mi madre no pudo reclamar ni el contenido, ni la lata, ya que ése dinero se lo había dado él por intersección Rosa María, mi abuela y de algún modo le pertenecía.

Un día decisivo golpeó a Rosa María, y decisivamente sus dos hijos varones y uno adoptivo lo sacaron también a golpes de la casa amenazándolo de muerte si volvía a pasar por ahí, mi madre y sus dos hermanas mayores lloraban abrazándose fuertemente, hasta la fecha nunca supe si lo hacían por felicidad o de tristeza. Años más tarde se enteraron de su muerte por los periódicos, nunca bebía, pero aquella vez lo hizo e inexplicablemente terminó caminando por un campo minado, fue la última vez que le vieron con vida.

El papá de Alejandro
Los que lo conocían aseguraban que tenía un gran parecido con Anthony Quinn. Anthony Quinn en tiempos de hambruna dice Alejandro, uno no podía creer que unas piernas tan flacuchas como las suyas pudieran soportar un torso tan fuerte y esos brazos de boxeador que él tenía. Sin embargo era un hombre tranquilo que se sentaba por las tardes a sorber café negro y a leer cinco libros por mes. En su biblioteca personal tenía El Quijote y tres tomos ilustrados de La Divina Comedia cosa sorprendente en una época dónde los libros eran difíciles de conseguir.

Cuando no leía jugaba ajedrez o dominó, fue un gran entusiasta de la suerte y el azar por eso regularmente apostaba a sus caballos favoritos o compraba boletos de lotería donde el premio mayor eran 500 mil pesos, un dineral para aquel entonces. Una de esas ocasiones, lotería o caballos no lo sé, la hizo en grande y con el dinero compró tres edificios de departamentos en el D.F., la tía Amelia le decía a Alejandro que cuidara bien a su padre, después de todo si no era a él ¿a quién más se los dejaría en herencia?

Mi abuelo era metódico, iba a los mismos restaurantes de siempre, siempre pedía una taza de café de olla y siempre en todos ellos, terminaba con el contenido entero del azucarero, los meseros comenzaron a poner en su mesa azucareros a medio vaciar, no es que temieran por su salud si no por la economía del local. La restricción le molestaba en sobremanera, les decía con tono altivo “En lugar de Díaz, prefiero a Juárez” y se retiraba, ésta frase la utilizaba en lugar de proferir maldiciones, un hombre como él, de buena familia y con sangre franco-española no podía permitirse un vocabulario vulgar.

Hubo una época en la que mi abuelo comenzó a frecuentar a una mujer que practicaba brujería, fue la misma época en la que comenzó a desaparecer su imagen de las fotografías familiares, alguien, no se sabe quién, lo recortó de todos esos recuerdos para que ya no hubiera más lazos, para olvidarlo para siempre. Cuando Alejandro se marchó de la casa a los 15 años también comenzaron a desaparecerlo, ya no estaba en las fotos de bautizo de sus hermanos, ni en la fiesta de XV de su hermana la mayor, se sintió triste, sigue pensando que todo lo causo aquella mujer.

Entonces mis abuelos se separaron y de ningún modo hubo reconciliación, mis tíos jamás volvieron a ver a su padre porque la familia se mudó para Guadalajara. A mi abuelo no lo conocí, pero Alejandro le enviaba fotos de sus nietos; Ernesto, Susana, Orietta, Edgar y Patricia, a los demás no los conoció. La dulzura causó su muerte, el acta de defunción que tiempo más tarde trajo a manos de la familia un detective privado marcaba con siglas en negritas: Cirrosis, en vida nunca bebió pero el azúcar que siempre ponía a su café hizo de las suyas con su pobre hígado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

este relato es muy bueno.. de lo mejor que he leído últimamente