lunes, 4 de enero de 2010

El segundo piso, el tercer piso, los escalones.

Comencé el 2010 con una comida que terminó en cena, Jorge encendió el asador y en su apretado balcón la carne comenzó a cocinarse. Nosotros delirábamos de hambre, desde el segundo piso veíamos el vecindario, éramos los heroicos Robin Hoods desperdigando gloriosas quesadillas imaginarias a los también imaginarios vecinos hambrientos. La gente vociferaba nuestros nombres.
Hubo un momento en que las quesadillas se tornaron caldos hirvientes y densos de menudo. Jorge seguía cocinando. Mientras, Ale y Oscar ideaban ingeniosos métodos de saciar a una nueva ola de multitudes de mujeres que cargando ollas se aglomeraban de bajo nuestro. Clamaban por menudo y nosotros las saciábamos arrojando el caldo desde el segundo piso, algunas pobres no calculaban la distancia y llegaban a quemarse la cara. Una situación por demás absurda.
La escena me hizo recordar el capítulo 41 de Rayuela; Oliveira enderezando clavos a golpe de martillo le dice más tarde a una Talita insolada, apunto de caer por un puente construido de tablones entre ventanas (hombres): ya se sabe que la nieve hace delirar antes del sueño inapelable. Es mi capítulo favorito y casi lo había olvidado.

Cuando tenía 15 años viaje fuera de Guadalajara, conocí a A., podría decirse que nos enamoramos. A mi regreso como regalo de despedida me obsequió Todos los fuegos el fuego, para cuando terminé de leerlo compre Rayuela y él enseguida vino a visitarme. Furiosos rajamos el envoltorio del libro, nos arrojamos hacia la cama y comenzó a leerme por primera vez el inicio del capítulo 41. Pasadas las primeras páginas cerró el libro.

- Luego lo leerás con más calma, prométeme una cosa; no le creerás a nadie más lo que te voy a leer, seguro habrá alguien más, pero yo seré el único que te lo diga de verdad.

Dicho esto abrió de nuevo el libro para comenzar a leer ahora el capítulo 7. Entre tanto lo pienso no recuerdo su voz, sólo el momento y esa inconfundible gravedad sonora y pausada que en un futuro escucharía de una grabación de Cortázar (Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca...) después A. se marchó para siempre.

Tiempo más tarde me tope con un joven, aunque mayor que yo, vendedor de cachivaches, compartíamos el camino que me llevaba todos los días después de la prepa a la escuela de música. Un día me tomó de la mano para llevarme sobre las escaleras de un cine porno, contra la pared y los pies en dos escalones diferentes nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura .Ya no me habían leído, esta vez lo vivía y era de verdad. Nuestros encuentros eran siempre imprevistos, instantáneos. Él sentía añoranza por su Argentina y yo le presté Todos los fuegos... fue feliz.

- Mirá que te venga a gustar Cortázar y encima sea un libro editado por EL PAIS un diario de mi patria.

Y besó mi mejilla. Después de aquella ocasión no volvimos a encontrarnos. En veces nos vemos a lo lejos e intentamos reconocernos, acercarnos, yo se bien quién es él; Luis Gygli el único chico que ha hecho temblar mis rodillas. Sin embargo estoy segura de que él no recuerda siquiera mi nombre. Ahora no sé a quien pertenecerá aquel libro, las cosas cambian (de dueño) más rápido de lo que uno cree. En ese entonces siete años atrás, yo aprendía a tocar el saxofón mientras que hoy, teniendo la misma edad de A. al leerme el capítulo 41, no sé muy bien que es lo que hago, pero esto es seguro; debo de estar aprendiendo lo necesario.



1 comentario:

Unknown dijo...

Este me ha gustado en particular, me siento identificada, solo que en mi caso no es "A" es "Z". Ademas, amo el capitulo 7.